Marta no concibe la vida sin trabajar. Cuando, debido a su salud, la incorporan a las clases pasivas del Estado, decide reconvertirse en escritora, profesión que siempre añoró. De paso intenta apaciguar al tirano que la habita desde niña, cebado con esfuerzos titánicos, fruto de consignas surgidas en el seno de una sociedad exigente que devora a quien no las ejecute; y en el espacio, aparentemente protector, de una típica familia católica de la posguerra que se siente obligada a desarrollar los talentos con los que el Creador les ha depositado en este mundo. Disfruta escribiendo. Necesita soltar lastre para calmar viejas angustias. Pero escribir sobre sus seres queridos resulta especialmente duro. Teme hacer daño a los vivos y provocar incluso a los muertos. Viejos y queridos enseres del hogar, rescatados de la calle por Marta y por Ricardo y rehabilitados amorosamente por la pareja, le sirven de vehículo para explorar sus rincones más inhóspitos y exponer al mundo su historia. Una historia de deudas transgeneracionales que Marta trata de saldar con la escritura de la novela, restaurando su piel como años atrás restauró la madera.