Junto a los dos titanes evangelistas de la gran literatura rusa, Tolstoi y Dostoievski, hay un escritor, más discreto, más modesto: Antón Chéjov. No pronuncia axiomas, sentencias o sermones. Los cuentos de Chéjov, aunque urdidos en una época de crisis del pensamiento racional y humanista, no nos quieren persuadir de ningún modo de que todo es inútil, de que el miedo es invencible; la materia, vanidad, y el dolor una ilusión. Chéjov nos muestra estas tentaciones del pensamiento moderno y a la vez las lamenta. Cuanto más fustiga a los hombrecillos de sus cuentos, cuanto más egoísmo, crueldad, falsedad y sordidez descubre, más nos revela algo que se resiste a la degradación, que es superior a la bajeza general, una cualidad impalpable que es lícito llamar dignidad humana