La incomparable aventura erótica de Mariana Alcoforado , expresada en sus cinco cartas dirigidas al capitán Chamilly - quien con las tropas francesas de Shomberg peleó en Portugal contra los españoles - transmiten un nerviosismo carnal desenfrenado y a su vez una súplica meditada, sus palabras evocan el placer y la pérdida, la ensoñación y la celda oscura; no le importó a su razonamiento ahogarse en las caricias, las promesas y el conjuro lúdico de la entrega, olvidando los preceptos doctrinales a los que se hallaba sometida. Este testimonio de dolorosa belleza nos descubre una personalidad de sensibilidad y fortaleza espiritual admirables, capaz de arrobarnos con sus palabras de esperanza y valentía ante la ruptura insoportable. Cuando Mariana Alcoforado descubre la fuerza del entorno amatorio, Sor Juana Inés de la Cruz tenía quince años y también se hallaba en un convento, mientras nuestra décima musa se conformó con la idealización exquisita, la monja de Portugal engendró un amor tan grande que superó los cuestionamientos de su época, rebasó la oposición de los criterios imperantes y durante años soportó las tribulaciones de una experiencia sentimental terrible, llena de gozo en su inicio y desgarradora en su conclusión: inconmensurable y fuertemente cautivadora como la poesía.
