Pone de manifiesto, en una trama genialmente descabellada, una visión del mundo en la que se funden lo grotesco, lo sublime y lo banal. Estos tres registros, representados por un toro, un estanciero y el Príncipe de Gales, se trenzan en una tragicomedia con tres rasgos esenciales, a saber, una visión surrealista del amor, un divertimiento pícaro y una sátira sobre las escandalosas relaciones “carnales” de la Argentina con el Imperio.