Los motores han sido, son y serán el componente más decisivo para las aeronaves. En los aviones los motores y las estructuras se integran para proporcionar unas determinadas actuaciones, pero han sido los motores los que en cada momento de la historia de la aviación han delimitado las fronteras del vuelo. Hubo aeronaves que fracasaron porque en su diseño ello fue ignorado. El motor de explosión, un sistema aplicado en el automóvil, fue la primera solución. Acoplado al veterano concepto de la hélice, rigió los destinos de la aviación de manera monopolística hasta comienzos de los cincuenta. Así, en su aplicación aeronáutica, fue apurado hasta el límite. Otro tanto sucedió con la hélice. Por otro lado, los motores cohete, han tenido una presencia exigua en la aviación. No sucedió así con su relevancia, estos cohetes protagonizaron dos hitos históricos, el primer vuelo de la aeronave más allá de la velocidad del sonido, y la consecución del reto de velocidad para aviones tripulados a cargo del avión experimental más rentable e importante de la historia. Resulta un poco alentador ver que el transporte aéreo es objeto frecuente de tratamientos sesgados y deformados en cuanto a su impacto ambiental, la más de las veces para justificar pretensiones recaudatorias. Ello no solo perjudica a las empresas del sector. Si el valor social del avión como medio de transporte ha estado fuera de toda duda desde el nacimiento de la aviación comercial ahora, cuando está al alcance de todos, resulta todavía más notorio. Es por tanto justo y perfectamente exigible que sea tratado en clave de equidad con el resto de medios de transporte. Así, En último, el propósito es entender la realidad y las falacias de los efectos ambientales de la aviación.
