Creer significa ciertamente ver las cosas con buenos ojos, y descubrir el bien en todas ellas. En último término esta idea tiene algo en común con Dios. Se trata, en efecto, de ver a Dios en todas las cosas, de reconocer a Dios también en el ser humano. Dios es el origen del bien. Sólo podré ver el bien si creo que Dios está presente en todas las cosas. La esperanza es el fundamento del amor mutuo de los cristianos y de su capacidad de hacer el bien. La esperanza les permite ver en la realidad cotidiana a Cristo, que es su predecesor y el que consuma su fe. Y es también la razón por la que se reúnen para dar juntos culto a Dios. Ella los mantiene en contacto con el templo interior de su alma y conserva su mirada orientada hacia Cristo, que los ha precedido en la fe. El deseo más profundo del ser humano es amar y ser amado, poder convertirse en amor. Parece algo abstracto, pero yo he experimentado en varias ocasiones en qué consiste eso de ser sencillamente amor. En esos momentos no pienso en una persona concreta a la que amo o que me ama, sino que siento dentro de mí amor a todo lo que existe. El amor me llena. Y en esa experiencia de ser sencillamente amor comprendo lo que significa que Dios está en mí y yo en él.