En Menorca la convivencia, siempre difícil, entre la naturaleza y el hombre se ha resuelto en un equilibrio espléndido, prácticamente inverosímil. El paisaje humanizado y el paisaje natural se entrelazan con armonía, sin que el hombre, hasta ahora, haya alterado su belleza original. Su condición de isla, así como el talante especial de los menorquines, han contribuido a ello. Así, hoy día en Menorca es posible encontrar espacios y parajes que la naturaleza ha creado, libremente, con una armonía insólita: auténticos jardines de Dios.