Existe en la temprana infancia un período en que somos inocentes, puros, felices, radiantes. Una situación extática de dicha y de gracia. La pérdida de esa inocencia representa la salida de la unidad, la construcción de la primera barrera: la que separa el yo del no yo -la piel-, lo extraño frente a mí, la controversia desgarradora entre un mundo de conflictos y la indefensión del ser separado y solo.