Del presente es grata la actividad; del futuro, la esperanza; y lo más grato el resultado de la actividad, y lo más amable. Todos tienen más cariño a lo que se logra con trabajo. Recibir no es penoso, pero cuesta trabajo hacer el bien. Los progenitores aman a sus hijos como algo de ellos mismos, y conocen a quienes han nacido de ellos mejor que sus criaturas saben de quién proceden; se estrecha más el vínculo del que ha dado que el vínculo de quien ha recibido. Lo que procede de nosotros está más cerca de nuestra sustancia, y así los padres quieren a sus hijos desde que nacen, y éstos a los padres sólo después de cierto tiempo. Los padres quieren a sus hijos como a sí mismos, ya que vienen a ser como otros . Los padres sienten que en el hijo hay más de lo que ellos han puesto, que es un bien confiado a ellos, un don de la vida que no lo cambiarían por el mundo entero. Mirando cara a cara a tu hijo ¿estarías seguro de haberle dado la existencia? ¿No tendrías por ello un sentimiento de pudor, de inseguridad, de temor? La vida se revive en los hijos, se empieza casi a comprender por primera vez la propia vida. Un hijo es como un espejo en que los padres se miran, y también el hijo se ve a sí mismo en los padres tal como será algún día. Pero el padre sospecha: ¿quién sabe si no ha ejercido sobre el hijo una mala influencia? Llegará el momento en que el muchacho tomará sobre sí la culpa paterna y la hará suya por propia decisión. Y al hacerlo se elegirá a sí mismo. Es hermoso que un hijo pueda arrepentirse de la culpa del padre, quien rescate el alma del padre a costa de su felicidad terrena, convirtiendo su vida en una expiación consciente y amante de la vida del padre, que ha hecho de su juventud un suplicio. Pero hay un peligro: la singular severidad de una educación. ¿De dónde viene que los niños severamente educados no lloren cuando se caen y golpean? De saber que sus padres, si se enteran, encima los castigan. Y ¿por qué? Porque el dolor no es lo definitivo, sino el
