Pensar por sí mismo es, por supuesto, una aplastante responsabilidad, pero es, primordialmente, buscar la suprema piedra de toque de la verdad en sí misma, esto es, en la propia razón, o, de otro modo, la libertad misma; el hombre desorientado y la desorientación vivida en el sordo y corrosivo discurso de quien huyede sí mismo es el hombre alienado en el sentido de la irrescatabilidad definitiva de sus propias posibilidades