La moral católica no se reduce en absoluto a un código de prohibiciones y preceptos enseñados por la Iglesia para asegurar la obediencia del pueblo en detrimento de su libertad. Se esfuerza, más bien, en responder a la aspiración del corazón humano al bien y a la verdad exponiendo las reglas que es necesario observar para hacerla crecer y fortalecerse a la luz del Evangelio.