«Hacía años que me rondaba recalcitrante la buena idea de encargarle a varios amigos poetas una selección de mis versos que llamaría Antología poética de la amistad. Pretendía así que los seleccionadores, por ser poetas, estuvieran teórica y empíricamente facultados para dicha encomienda y, por ser amigos, conocieran bien mi obra y milagros, y actuaran con meridiana sinceridad, confiado en que —como dice Guzmán de Alfarache— el amigo “dice a su amigo la verdad clara y sin rebozo, no como a tercera persona, sino como a cosa muy propia suya, según la deseara saber para sí”. »Siento que la amistad antañona con mis cinco antólogos se prolongará, gracias a este libro, más allá del día albo notanda lapillo en que entregue la pluma. Hoy, teniendo en cuenta esta posibilidad nefasta, hago mía la despedida de Miguel de Cervantes: “¡A Dios, gracias; A Dios, donaires; A Dios, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros pronto contentos en la otra vida!”»