Debo confesar que Martirena es de los pocos caricaturistas que logran provocarme una carcajada. Comenzamos a adentrarnos en el mundo del humor gráfico casi a la par, allá por los años ochenta, y eso ha hecho que le haya seguido la pista a su obra desde sus inicios. Ese estilo, que se formó y creció en la publicación humorística cubana Melaíto, ha estado marcado por una estética deudora de este suplemento con sabor a azúcar, y allí ha laborado desde que comenzó hasta el día de hoy. Sin embargo, en él no hallaremos el más mínimo asomo de provincianismo. El humor de Martirena es costumbrista, pero no facilista, es sencillo pero no simple, es cubano pero universal. Está pendiente, como él, de todo lo que acontece a su alrededor, tiene el color de lo mestizo, el sabor de la caña de azúcar, el olor agrio de sudor en transporte público y la certeza a capa quitada de la crítica a lo que no sirve. Sin moverse de su provincia natal ha sabido recorrer su país y el mundo, laborioso sin descanso ha abarrotado con sus trazos las páginas de cuanta publicación se ha abierto a su paso. Ha publicado libros en Cuba y en otros países y ya acumula en la actualidad más de treinta premios internacionales. Hoy Martirena se ha convertido en uno de los más buscados y reconocidos humoristas gráficos de esta isla y en el año 2001, según la encuesta Los veinte del siglo XX, ha sido considerado entre los veinte caricaturistas cubanos más relevantes de la pasada centuria. Por lo visto, mientras yo me río a carcajadas con sus dibujos de humor él sigue tomándose las cosas muy en serio.