«Había imaginado una mujer vieja y pálida, con rostro de muchos aceites, pelo del color de la paja, ojos como el cielo en un día nublado, un corazón roto, una solterona sin amigos o divorciada, ¿qué otro tipo de mujer podía dirigir una agencia matrimonial?, y no una mujer todavía joven, pelo de ébano y ojos vivos que al mirarme bailaban, una figura dulce y un estilo llamativo, vaqueros enrollados hasta las rodillas y zapatos abiertos con las uñas de los dedos pintadas de negro. »Era una agencia matrimonial con muebles de segunda mano, un gato negro, llamado Goliat, tumbado en uno de los sofás, una estantería con libros de poesía y otro con novelas, de esas que promocionan las grandes editoriales, una mesita con un ajedrez de hueso, en un rincón flores del tamaño de coliflores que trepaban desde el rodapié hasta el techo, en colores vináceos y, en las paredes, acuarelas de playas, pueblos blancos y paisajes pintorescos que no tenían nada que ver con la realidad y que yo nunca había visto, pintados por artistas chinos o por escolares.»
