Al asomarte al jardín, vieja hacedora de la vida, esperas encontrarte con el silbido del mirlo que juega al escondite, saltando entre las piedras, poco más que un recuerdo infantil que te acompaña, cabeza de ébano que oculta el acertijo. Qué puedes decirle al mirlo, sólo tu silencio lleva la razón tratando de adivinar la chispa alzada por el nombramiento. Puedes omitirle tu respiración entrecortada, tu rabia infinita frente a la injusticia, el dorado mar que bate la orilla catalana, no importa, nunca va a reconocer la intensidad, nunca va a ser juez de tu reino. El mirlo escarba en los canteros, sus pisadas levantan sospechas en la vegetación, una hilera de hortensias, gardenias, el limonero, una escritura fecunda a fuerza de velar por las raíces, poética viajera que en su pico el mirlo expande.