No hay aviso. No hay señales, ni flechas que indiquen la dirección correcta. Ni alarma sonora ni piloto rojo. No hay anuncio, ni siquiera hay presagio. No hay forma de prevenirlo ni de evitarlo. Sólo hay pistas sutiles que más tarde se manifestarán ante los personajes para que puedan reconstruir la historia, buscar el origen, acaso escribir el relato. Pero ahora están en jaque. Ha caído un mazazo inesperado y la partida se ve de pronto amenzada, los deseos y los sueños suspendidos, los secretos desvelados. Cuando cesen los temblores y el polvo se asiente, tal vez las cosas vuelvan a su estilo. O no. Una cosa es segura: nada puede volver a ser lo mismo.