Hay en este poemario un elogio de las sombras y de los trazados invisibles con los que la vida a veces nos marca: felicidad y dolor dejan cicatrices invisibles, pero no por ello menos reales. Se siente en estas páginas un poso de desencanto o decepción de la visión: nada es como parece a nuestros ojos y, en definitiva, la materia que alimenta nuestra vida es no opaca a la mirada. La poeta escribe desde el equívoco, en la indeterminación de lo que no puede conocerse sino a través quizás del tacto, del volumen. Cristina Carmona Egler es, sin duda alguna, una poeta barroca, de verso cincelado y sombras arabescas, que no hay que confundir con acentos agrios y sombríos, sino más bien con el trenzado de luces y sombras, donde la creación se agiganta y hace crecer sus mejores perlas.