Doblaban la campanas de la iglesia con el dulce sonido de las notas que solamente ellas podían dar para que todo el pueblo y los alrededores la oyeran. Era el toque que llamaba a los amigos y enemigos para congregarlos en torno a la misa por el eterno descanso de Domingo. Domingo era un gran señor de carácter eminentemente bonachón que siempre estaba dispuesto a ayuda a quien se lo pidiera. Había tenido la suerte de estar bien situado en un momento económico privilegiado para su época. Y por ello podía hacer favores. Con esta actitud él era feliz. Tenía cuatro hijos de los cuales uno solo era varón y lo había mandado a estudiar Farmacia a Madrid.