En 1923 la escritora modernista inglesa más internacional, Virginia Woolf, conoce la noticia de la prematura muerte de Katherine Mansfield a consecuencia de una enfermedad letal: la tuberculosis. Tras este suceso, Woolf admite que Mansfield es la única escritora modernista de la que siente celos y su fantasmal presencia la persigue de por vida. Tras un largo período de veneración casi exclusiva de Woolf como la gran innovadora modernista —junto a Joyce—, es relativamente frecuente el descubrimiento de la labor precursora de Mansfield en la definición de la nueva narrativa modernista y, en particular, del género del relato corto. Mientras que Woolf, a la edad en que Mansfield murió, todavía se encontraba escribiendo novelas al más puro estilo burgués decimonónico, existen indicios de que fue a partir de la publicación del relato de Mansfield “Prelude” en su Hogarth Press cuando la inglesa produjo sus primeros relatos caracterizados por el flujo de conciencia. No podemos obviar, por tanto, el papel que el canon literario ha otorgado finalmente a una autora imprescindible, olvidada durante años.
