La inc贸gnita sobre la identidad del escritor que puso en un brete a Cervantes adelant谩ndose con una segunda parte ap贸crifa del Quijote es, seg煤n Mart铆n de Riquer, uno de los cap铆tulos m谩s enigm谩ticos de nuestra historia literaria. S铆, uno de; pero sus proporciones le hacen nuestro enigma literario por antonomasia. De su resoluci贸n se han ocupado infructosamente muchos investigadores. Pero el Quijote est谩 vivo, cabalga de coraz贸n en coraz贸n. Sus cuitas son las nuestras y una de las m谩s angustiantes, para el Caballero, para su creador y para sus inmumerables seguidores, fue la irrupci贸n de un gemelo impostor, que se apropi贸 de su nombre, de sus amigos y de su historia. Con tantos seguidores el enigma no pod铆a permanecer. Era cuesti贸n de trabajo, de amor y de suerte, y estos tres elementos confluyeron en uno de esos impagables quijotistas an贸nimos: Enrique Su谩rez Figaredo, a quien una pista... Pero esto es materia de la segunda parte del libro. Otra buena sorpresa nos aguarda en la tercera parte, porque donde pens谩bamos encontrar un mezquino plagiador, damos con un escritor cult铆simo, de gran entereza moral, que fue a parar a la c谩rcel por tratar de hacer cumplir la ley a la Iglesia en lo tocante a impuestos y que tuvo s贸lo una debilidad: dejarse seducir por las personalidades de D. Quijote y Sancho hasta el punto de querer superar a su propio creador. Un escritor imprescindible para conocer a la sociedad espa帽ola de principios del S. XVII y que habr谩 que incorporar desde ahora a la n贸mina de comentado respecto a Avellaneda y su Quijote habr谩 de revisarse a la nueva luz de este trabajo.
