Los acontecimientos de 1492 - annus mirabilis , y para otros horribilis , de la compleja historia de España-, abrieron en el proceso de su configuración como nación y estado moderno una brecha, de gloria o de horror, según se mire, que no se ha cerrado todavÃa. La intolerancia unitarista, que catalizó en el edicto de expulsión de los judÃos, endureció su mentalidad colectiva y la cerró a varias vÃas de lo que vino a ser la modernidad que hoy configura al mundo civilizado. Como, exactamente 500 años después, proclamó S. M. el Rey Juan Carlos I , al conmemorar en Madrid, junto al Presidente de Israel, la promulgación de ese edicto por los llamados Reyes Católicos en Granada el 31 de marzo de 1492, la España actual ha aprendido lo bastante de los errores y éxitos de su historia pasada... Nunca más volverán el odio o la intolerancia a llevar a España a la desolación y al exilio. La expulsión ha sacudido desde siempre las fibras más Ãntimas del pueblo judÃo y del español, y varias cuestiones en torno a ella han recibido de los historiadores respuestas contradictorias. Tanto los eruditos como el público en general han tendido a exagerar su influencia en las instituciones religiosas, la economÃa, la cultura y la sociedad españolas. En todo caso, la ignorancia o confusiones sobre ella amenazan con quebrar la confianza entre judÃos, creyentes o no, y cristianos en general y españoles, creyentes o no; confianza, basada en la objetividad, que es condición indispensable del mutuo entendimiento histórico y de la convivencia en paz. Este planteamiento se congratula por la permanente aunque conflictiva simbiosis entre lo judÃo y lo español, entre lo judÃo y lo cristiano, bien demostrada en el hecho de que buena parte de los grandes escritores y muchos de los santos y mÃsticos del Siglo de Oro sean de sangre judÃa.
