Cuando uno se pone en marcha hacia Santiago de Compostela, al principio, la cabeza sigue llena de los problemas de siempre, el corazón de los temores y las ansiedades de siempre, la voluntad de las dudas de siempre, sólo es un día más de la serie de los días, un día como todos los días. Pero poco a poco, sin saber cómo, la cabeza, el corazón y la voluntad adquieren otro ritmo, el ritmo tranquilo del caminar, el ritmo de las cosechas, los bosques y los pájaros y la única preocupación es encontrar los indicadores, las marcas del camino, todo deviene camino.