La burguesía de la que se habla en este libro no es un ente obsoleto o fantasmagórico ni responde a ninguna telaraña metafísica de índole marxista. Aunque eso es precisamente lo que quiere hacer creer la burguesía, ésta existe -vaya si existe- y es perfectamente identificable desde un punto de vista sociológico. Desde las 250 empresas que gobiernan el mundo hasta instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, la burguesía ejerce un poder tiránico sobre la población mundial, contando para ello, entre otras, con la manipulación de los símbolos. Quien tiene el monopolio de la cultura tiene la hegemonía cultural y, por tanto, la batalla de la legitimidad, prácticamente ganadas. La filosofía académica burguesa vuelca todo su interés en aprovechar las grietas y dificultades de un intento honrado de reconstruir un uso moral del lenguaje, y lo hace emborronando el espacio reflexivo donde tal reconstrucción pudiera tener lugar (la metafísica) y entronizando un interesado escepticismo del no hay nada que hacer. De nuevo un asalto a la razón (Lukács), pero esta vez más insidiosamente: se trata de mantener la envoltura razón habiendo operado una dislocación semántica en su interior.