A Cataluña, entre julio de 1936 y febrero de 1939, hubo una represión (más de 8.000 asesinatos) y una persecución religiosa (más de 2.000 religiosos asesinados, casi la tercera parte del total estatal) difícil de entender y bajo ningún concepto justificable. Sin duda, estos hechos dejaron un poso de encono difícil de borrar, pero que no justifica la represión franquista posterior (3.400 asesinatos entre 1939 y 1953, a pesar de que la mayoría de los intelectuales y de los dirigentes políticos y sindicales se habían exiliado). Nada justifica la violencia institucional (la represión republicana nunca fue institucional), los miles de muertos (entre 75.000 y 100.000 en el conjunto del Estado, más del doble que los de la represión republicana), los cientos de maquis a quienes se aplicó la ley de fugas y de los que ni siquiera conocemos los nombres, las decenas de miles de encarcelados, las víctimas de la miseria y del miedo, las de las enfermedades evitables y la desnutrición, las generaciones aplastadas bajo una represión brutal y embrutecedora. Nada justifica el olvido; por eso es necesario resarcir la memoria de la represión de aquellos años terribles como se hace en este libro en el caso de Manlleu. Las generaciones futuras no podían continuar huérfanos de pasado, porque los pueblos sin referencias, sin historia, sin memoria, sin identidad, son a menudo presa fácil de las nuevas versiones populistas (o populares?) de los totalitarios de toda la vida, como ha quedado de nuevo patente estos días de guerra, impotencia y dolor.