¿Cómo es posible que los hombres acaben tomando por verdaderas aquellas ficciones consoladoras (Dios, Naturaleza, Progreso...) que ellos mismos han puesto en circulación al servicio de una imagen amable de la existencia? Más allá de la crítica o denuncia de determinada creencia ilusoria, se trata aquí, de forma más radical y ambiciosa, de explicar aquellos factores que contribuyen al (auto)engaño ilusorio, volviendo menos enigmática la capacidad de los hombres de mentirse a sí mismos. Y es que de nada sirve retomar el gesto de aquel niño del célebre cuento de Andersen que osa decir que el Emperador va desnudo, si a la vez no se indagan los mecanismos que posibilitan que el propio Emperador -tomado como símbolo de la condición humana- acabe creyéndose que va vestido (con los ropajes de la Ilusión).