El escritor norteamericano Robert E. Howard (Peaster, Texas 1906-Cross Plains, Texas 1936), miembro preeminente del Círculo de Lovecraft, fue capaz de crear en pocos años una serie aparentemente interminable de personajes y ciclos narrativos, entre ellos, Conan el bárbaro cimerio, Kull de Valusia y el puritano Solomon Kane entre los más destacados. Como ejemplo puntual de lo que comentamos en estas líneas Howard escribió una serie de relatos pugilísticos cuyo protagonista no era otro que un marinero, boxeador y pendenciero, llamado Steve Costigan. Sus aventuras y desventuras por los más degradantes tugurios portuarios y peleas a puño limpio resultan imprescindibles para los fanáticos del boxeo. Para conseguir un realismo sangriento en las escenas que reflejaba en estos relatos, Robert E. Howard no solo describió excelentes acciones de boxeo, sino que practicó este deporte con alguna regularidad, al menos durante su adolescencia hasta la edad adulta. La dura Texas de la infancia de Howard no estaba muy lejos de los días de los pioneros y la conquista del Oeste, y el conflicto entre un ambiente rudo y la percepción de un chico sensible fueron solo parte de los problemas de Howard en su vida. Como puede comprobarse, los relatos de Howard ambientados en el mundo de las doce cuerdas (actualmente son dieciséis con las nuevas Reglas de la Federación Mundial de Boxeo) nos muestran hasta qué punto el texano era un hombre entendido en luchas de todo tipo: desde las batallas a espada del pasado hasta los combates a puños desnudos en las tétricas salas de boxeo de las ciudades del Sur y el Medio Oeste estadounidense. Los relatos pugilísticos de Howard nos presentan ese mundo tan desconocido pero tan apasionante del boxeo, profesional y amateur, con un sentido tan épico de lo narrado como en sus historias de aventuras o fantasía heroica. Aquí hay batallas más allá de toda medida entre hombres salvajes enfrentados en ambientes urbanos a las mismas amenazas y terribles refriegas que los héroes de Howard soportaron en los rincones más perdidos del mundo. Y todo ello empezó en Cross Plains... [del prólogo de Eugenio Fraile]