La pintura de Raúl Cordero (nacido en La Habana, Cuba, en el año 1971 y residente en México, D.F.) como toda la pintura que se ejercite desde la práctica auto-analítica del gesto pictórico en sí, es decir, como gran parte de la pintura de la segunda mitad del siglo XX, participa de esa paradoja ontológica de ser una trampa y un engaño (para el ojo), un juego y un divertimento (para la mente), y un placer y un regalo (para las manos, la piel, el olfato... el sentido y el conocimiento) de quien la hace, y de quienes la disfrutamos.Su obra se centra en su gran mayoría en la creación de un corpus pictórico que pretende no permitir ser etiquetado fácilmente, mientras -a su vez- nos ofrece la posibilidad de vincularlo con cuanta etiqueta, corsé o jaula conceptual-historicista tengamos a mano; siempre y cuando esta jaula, corsé o etiqueta, le sirva para continuar argumentándose como Pintura, y simultáneamente, le sea útil para escaparse de su propia claustrofobia como medio y lenguaje (que además carga con una eterna tradición casi ancestral).Desde esta condición escurridiza y zigzagueante la obra de Cordero se desplaza alrededor de la idea de almacenar un incalculable potencial de posibilidades de dudas. Siendo la incertidumbre y su peso, su sentido iniciático, fundacional, lo que le da pie a crear.Por ello quizás, en los últimos ocho o nueve años (desde sus series Expenditures, 2003-2009 o De títulos opcionales, 2006), en su última producción pictórica la incorporación de elementos conceptuales-descriptivos, se hace cada vez más latentes, porque mediante este guiño verbal (en muchos casos construido desde la documentación y/o registro de un proceso), Raúl puede liberar de su peso a las herramientas narrativas del lenguaje de la Pintura, haciéndola ligera
