En estos cuentos nos encontramos a un narrador que escribe lo que recuerda, porque cada párrafo es un trazo de su vida o de su imaginario, que en el caso de Salvador Távora es una misma cosa. El autor relata cada historia hilvanando con imágenes invisibles, secuencias que bien podrían ser escenas teatrales, y lo hace sin premeditación, conducido únicamente por el espíritu innato de un dramaturgo que lo es veinticuatro horas al día. Todo ello, plasmado con un estilo personal en el que utiliza la ficción para retratar la realidad cotidiana de una tierra, Andalucía, a la que él desmaquilla con la tinta crítica de su pluma.