Ni siquiera el hombre bueno por excelencia, Jesús de Nazaret, se libró de la tremenda experiencia de la muerte. Al final, también él terminó en una cruz y en el sepulcro. Así lo piensan muy a menudo creyentes y no creyentes. A esta percepción se opone el anuncio inesperado de los primeros discípulos: ¡Hemos visto al Señor resucitado! ¡Está vivo!. De esta experiencia nació la Iglesia y su actividad evangelizadora.