Gurdjieff tuvo una vida extraordinariamente rica que no ha sido juzgada en su verdadera importancia. Hay dos perspectivas extremas: una que fue un charlatán y otra, que fue la persona más valiosa, más completa y más directamente representativa de nuestro tiempo. Este último elogio (de Peter Brook) despierta temas fascinantes, ya que también se podría decir que Gurdjieff no fue “representativo” en absoluto: partidario y agente de la tradición en una época frenéticamente “progresista”; un patriarca en la era de la sensibilidad post-feminista; adalid de la calidad en una era seducida por la cantidad; un héroe en un marco cultural antiheroico; y por encima de todo, un avatar de la consciencia en un mundo entregado al estado hipnótico.