Si la poesía no debe preocuparse por ser hermosa, ni agradable, ni por perseguir la certeza; si la poesía tiene que doler y acompañarnos en el insomnio; si tiene que nacer de cuadernos emborronados mientras uno camina ciudad arriba, ciudad abajo; si tiene que llevarnos hasta el borde mismo del precipicio, paralizados ante la duda inexacta y rara de seguir existiendo; si tiene, en fin, que poseer la fuerza rabiosa de la vida, entonces este libro está lleno de auténtica poesía.