El deseo de acabar de una vez por todas es la punta de un iceberg emotivo y mental a explorar. A la sombra de un gesto suicida se pueden esconder trastornos afectivos, fracasos, frustración, fragilidades, pérdidas significativas. El riesgo está en permanecer prisioneros de los pensamientos y de los sentimientos. El suicida se lleva consigo un poco de la vida de quienes quedan y les deja a cambio un poco de la propia muerte. Estas páginas pretenden, a través de una contribución multidisciplinar, adentrarse en el laberinto y en el misterio de las conductas suicidas para contribuir a orientar y salvar la vida, pues la prevención del suicidio comienza con la comunicación.