Sacudieron las ramas todo el oro fulgente, como un viento, un tornado, que apareció preciso y convirtió tu pelo en deseo esplendente, como mi mano quiso. Al roce de tu piel, mis labios comprendieron que hay seda comestible, que alimenta tu vello. En tu seda, mis labios densos se entretuvieron con tu férvido cuello. Hambre, sed y deseo aumentan por tu aroma, tus pechos locos crecen de lengua, labio y diente, como cierva que gime, cuyo dolor desploma sobre mi cuerpo urgente. De tu amoroso vientre, espejo cristalino del huracán, la seda y mi deseo humanos, surgieron nuestros besos, como pulso divino de los cuerpos ufanos. Al final, en el fondo, en los mismos costados, una llama de amor, la que unió nuestros huesos, se aviva tiernamente, en los cuerpos gastados de enamorados besos.