Fernando Gómez Mancha “Cuando abrí los ojos me encontré completamente desnudo, tiritando y llorando sin saber por qué; mi cuerpo, con mis brazos anudando mis propias piernas, se hallaba agazapado en la esquina más insignificante de una habitación cualquiera, vacía, fría, húmeda, blanca. No me atrevía a moverme de aquel rincón y así me quedé durante dos días hasta que sentí una extraña sensación en mi interior; parpadeé pero la sensación apremiante no desapareció; abrí y cerré la boca, moví el cuello y seguía allí, instalado en mi tripa, esa especie de dolor. El vacío se acrecentaba en mi interior y decidí dejar mi rincón, aunque no sabía muy bien cómo hacerlo; traté de incorporarme de una forma desafortunada: mis piernas y brazos apenas respondieron. Mi cabeza ordenaba y ellos lo intentaban pero...”