A Felipe le gusta jugar en el parque. Lo conoce como la palma de su mano. Sólo que, a diferencia de sus amigos Nico y Lola, Felipe “ve” el mundo que lo rodea a través de sus manos, sus oídos, su nariz y su boca. Una tarde de primavera, se desata una gran tormenta. El sol se apaga bajo un manto espeso de nubes y el día se hace noche. Todos se desorientan y se pierden, todos menos Felipe que nos demuestra cuán relativas pueden a veces ser las “limitaciones”.