Corría el año mil cuatrocientos cincuenta y dos (B.C.), aproximadamente de acuerdo a nuestros cálculos actuales, y la ciudad de Tebas, la ciudad de las cien puertas resplandecía extraordinariamente en la cumbre de la montaña. Pero al subir y aproximarnos a ella podíamos ver un espectáculo impresionante, miles de personas se encontraban congregadas enfrente y a lo largo de la carretera que salía de la puerta de Amón, estas personas habían hecho ya una especie de campamento, tenían sus cestas de comida y las bebidas para acompañarla, como preparándose para una larga espera, parecía una fiesta pero en realidad no lo era, se trataba de los miles de habitantes de la inmensa ciudad tebana que estaban esperando la salida por aquella puerta, que podríamos llamar “de la muerte”, la procesión funeraria del Faraón Tutmosis IV. Estas primeras palabras del comienzo de La Rosa del Desierto nos revelan que es una novela llena de intriga en la que dos historias se van desarrollando: la vida de un faraón, Tutmosis IV, y la de un marqués que reside en Medinaceli en el siglo XX. En Alemania, el marqués encuentra en el museo arqueológico el sarcófago del faraón, en ese momento empieza la transmigración de Tutmosis IV al marqués y este comienza a sufrir toda clase de sensaciones y sueños de otros tiempos.
