Hacia 1870 Buenos Aires era una ciudad que poco tenía que ver con la gran aldea de comienzos del siglo XIX. Abría surcos en sus suburbios, poblaba y construía sin apuro y sin pausa en zonas ya urbanizadas, sumaba de a poco voces nuevas, idiomas y costumbres diversas que bajaban de los barcos llegados de Europa. Sin embargo, ese crecimiento que entonces parecía vigoroso se vuelve una antesala del aluvión de las décadas siguientes. No es antojadizo decir que los rasgos de la ciudad que conocemos hoy se formaron entre 1870 y 1945, al calor de las grandes inmigraciones, del progreso tecnológico y de los vertiginosos cambios que tomaron por asalto, año tras año, a los porteños. Promediando el siglo, y también antes, Buenos Aires era la urbe más desarrollada de América Latina, una Babel voraz y despareja, siempre en vías de asentarse. Como una arqueóloga de la singularidad, Francis Korn reconstruye este devenir: el de las transformaciones en la ciudad, y también el de sus habitantes. Con pluma y espíritu de novelista y rigor científico, Buenos Aires, mundos particulares recata con más gozo que nostalgia la infancia de un niño en la década del diez, una inundación en la Boca, los secretos que guarda el censo nacional de 1895, la inauguración de la Avenida de Mayo o una feliz caminata de Carlos Pellegrini. Es, naturalmente, la historia de una modernización acelerada, pero con una mirada que se enciende ante los accidentes, los azares y las excepciones que hacen la vida cotidiana, esos hechos que refractan con inocencia y sin posibilidad de apelación al paso del tiempo.
