Los albores de la Eternidad es una novela filosófica en torno a la química del alma en la que el lector trasciende la historia para convertirse en un personaje más y así transformar su concepción del mundo. No se trata de una novela lineal, sino de un texto con diversos niveles simbólicos de interpretación donde la alternancia entre la acción y los pasajes reflexivos permiten recorrer una senda amena alrededor de la teoría quiliásmica, los fundamentos cosmogónicos del hermetismo o el sentido esotérico del Evangelio. Es una novela escrita con soltura en la que se narran las tribulaciones de un sacerdote obligado a abandonar la vida religiosa; el proceso de iniciación de un pintor novel en busca del arte; la inesperada desaparición de una joven investigadora; elementos que propiciarán un sinfín de peripecias con las que se desvelan las vías de la antigua ciencia atlante. Aunque si este libro resulta en algo una propuesta singular, es que junto a la acción literaria, los protagonistas navegan simbólicamente, como otrora Jasón, hacia la conquista del vellocino de oro, facultando con esa exploración paralela que el lector sea el indiscutible protagonista. Es entonces cuando la investigación se hace doble, por un lado la intriga de la ficción, por otro un desenlace verídico que concierne al propio lector. A través de este artificio literario, la alquimia contenida en la novela atañe a la dimensión humana y el relato adquiere una extraordinaria relevancia.