La colisión funcional de las esferas de la cultura y la economía: he aquí el signo más importante que marca la historia de la humanidad en los albores del siglo 21. Podríamos en primer lugar ver el flanco positivo de esta convergencia -que ya no habrá más espacio de separación funcional para los registros productores de simbolicidad, ni para sus realizadores liberados, se llamen estos brujo, chamán, sacerdote o artista. Pero conviene nunca olvidar todo lo preocupante que esta fusión de registros conlleva: en primer lugar, que esa colisión se produce principalmente en beneficio de una apropiación flagrante de los poderes de las prácticas culturales -los de investir identidad, crear comunidad, producir imaginario e identificación a su través-por parte de la economía (un proceso ya percibido por Debord e ilustrado en la crítica reciente del llamado poder de las marcas); y en segundo, y no menos preocupante, el tremendo y desolador empobrecimiento de la vida del espíritu que esa absorción conlleva.
