Amo el silencio, el sacro silencio, pulso omnividente del pasmo por mi carne. Me duele la palabra, el gesto duele —espejos deslustrados—, pues crece la deidad y nunca anega el ansia enardecida de entregarme. Palacio amurallado soy: lujos augustos, sangre arriba; mas toda transparencia, signos todos, sombras todas, del exterior me invaden. Me abro al universo en silenciado pálpito. Me cierro al universo en mi ancha nada.