La luz desciende sobre el mundo, como un milagro o un misterio, roza la superficie de las cosas que lo constituyen y hace que afloren a ella, hasta volverse visibles en el poema, la profundidad y la trascendencia que en las cosas habitan. Diario de la luz es un paseo lento y atento por el mundo –por sus paisajes, por las criaturas que los habitan, por los objetos minúsculos, por las estaciones del tiempo–, un paseo que se vuelve descubrimiento e invitación a percibir la dialéctica entre vida y muerte, entre sentimiento de limitación y ansia de transcendencia, de la que toda materia está formada, incluida nuestra conciencia.