Es una de las grandes ironías de la Historia contemporánea que el proceso más masivo y dinámico de desarrollo capitalista en el mundo haya sido llevado a cabo bajo los auspicios de un estado comunista. Sin embargo, tal ha sido el paradójico caso de China en el período posterior a Mao. Las reformas de mercado emprendidas por Deng Xiaoping y otros dirigentes del Partido Comunista Chino en 1978 estaban pensadas para servir a la causa de la modernización socialista. Pero las reformas pronto adquirieron vida propia, produciendo no una democracia socialista, como se había prometido, sino más bien una autocracia capitalista. La historia de la China posterior a Mao durante las últimas tres décadas nos trae a la memoria la imagen de Karl Marx del hechicero capitalista que ha conjurado gigantescos medios de producción y de intercambio pero que ya no es capaz de controlar los poderes del mundo inferior que ha convocado con sus hechizos.