No se podÃa hablar de mi vecina, ni siquiera a sus espaldas. Tampoco se podÃa hablar con ella. No habÃa pedido permiso para quedarse embarazada. Además, hacÃa muchas otras cosas sin autorización. Creo que saltaba por encima del portón, cuando todavÃa no le dejaban tener su propia llave. Yo no, pero me escondÃa para escribir, porque no estaba muy segura de que eso estuviera permitido. Yo miraba al hijo de mi vecina, todo torcido en su cochecito, con las órbitas llenas de sol, y me preguntaba qué prohibición le impedÃa moverse, ver, oÃr, hablar, levantar una mano para limpiarse la boca. Miraba a su madre y la admiraba a escondidas. La admiraba por haber hecho eso, un crÃo prohibido que babeaba y encajaba todo el cielo en sus ojos.