En el primer tomo de esta edición reivindicamos la absoluta centralización de la palabra en la actividad filosófica y, sobre todo, en el legado que el quehacer histórico de los filósofos nos ha transmitido nuestra tradición cultural. Ocuparnos de éstos, de sus inquietudes e incógnitas, de sus vislumbres e hipótesis, es siempre atender a lo que han escrito: por eso, estudiar filosofía o interesarse en ella es, esencialmente, leer las palabras de los filósofos, escudriñar en ellas el significado y el sentido, servirse de las mismas para hacer en nuestro entendimiento alguna luz en torno a los problemas de que se ocupan. Y, porque en esa labor nadie debe ni puede sustituirnos, continuamos abogando por un trato directo con lo escrito por los autores: no sustituyéndolo, ni reescribiéndolo con la pretenciosa excusa de esclarecerlo o hacerlo más asequible, sino abordarlo directamente, tal como viene dado.