Me preguntáis, marqués, si cuando una mujer os concede el último favor os da con ello una prueba irrefutable de su amor. Sí y no... Las razones para ceder estos últimos beneficios son infinitas. A una la decide la curiosidad; otra, poco aventajada en lo que a belleza se refiere, deseará afianzar al amante con el aliciente del placer; aquélla se convencerá de que necesita conquistar a un hombre con el único fin de engrosar su vanidad; otras cederán a la compasión, a las circunstancias o a la oportunidad, o simplemente al placer... Qué sé yo... El corazón es caprichoso y las razones que le deciden tan singulares y variadas que es imposible descubrir qué resortes lo manejan