Como con cajitas chinas o muñecas rusas, César Aira escribe un diario donde lo autobiográfico está dentro del relato, el relato se superpone con lo confesional, lo confesional se funde con las lecturas, las lecturas remiten a la filosofía oriental y -¿por qué no?- al registro de la poesía. Cuando termina de escribirlo, quedan la caja más grande y la muñeca madre vacías, pero cerradas e intactas. Se ha respetado la ceremonia de la forma, la etiqueta, el cascarón, y Aira -que no escribe más, que declara No volveré a escribir como su receta mágica, que podría corear con Burroughs el lenguaje es un virus (como la hepatitis)- rescata intacto el presente, su destino de escritor.