La vasta obra del artista catalán Joan Miró constituye un esfuerzo descomunal por hallar el lenguaje que, desde un punto de vista intuitivo y abstracto, permita recuperar toda la pureza de la mentalidad infantil. Miró nació en Barcelona (España) en 1893. Hijo de un joyero y relojero, sintió la influencia artesana de su familia desde muy pequeño. En 1912 ingresó en la escuela del pintor Francisco Galí, quien le transmitió la admiración por el arte bizantino y lo introdujo en el asombroso universo arquitectónico de Antoni Gaudí. Su facilidad para encontrar el sentido puro de las cosas le ahorró los experimentos de fauvistas y cubistas, que intentaban conseguir lo mismo por medio de la descomposición. Entre 1925 y 1928 se familiarizó con el surrealismo y la pintura del suizo Paul Klee, cuya influencia dejó huella en sus composiciones oníricas. La consagración le llegó en 1954, cuando recibió el premio de la Fundación Guggenheim por el mural realizado para el edificio de la UNESCO en París. Miró falleció en 1983, dejando tras de sí una obra que ofrece la visión de un niño, adaptada a los cánones del siglo XX.