Los delitos protagonizados por niños o adolescentes ocupan, cíclica y casi mágicamente, un lugar en el escenario de las preocupaciones públicas. Ante ellos se ensayan explicaciones de ocasión pero en general permanecen invisibles los circuitos hacia la construcción de tales conductas finales. La incidencia de paradigmas oficiales y paradigmas subterráneos, con sus respectivos dispositivos institucionales, sus modos de pensar y operar, sus actitudes estructurales y cotidianas, no son rigurosamente analizados en cuanto zonas de contacto en dichas trayectorias hacia el delito.