Miró con cariño la brocha de afeitar de Pedro. “Tiene que comprarse otra”, anotó mentalmente. La visión de los dos cepillos de dientes le cortó el aliento. Dentro de poco sólo habría uno. Le dolía la garganta de tanto contener las lágrimas. Lo que más le dolía era dejar a su marido. Sus hijos eran jóvenes y saldrían adelante. Pero Pedro le preocupaba muchísimo. Todas las noches le oía levantarse de la cama con sigilo. Apenas dormía y había perdido mucho peso. No sabía como tranquilizarle. Pensó que en su lugar ella estaría igual. No envidiaba la suerte de su compañero. “Tengo que confiar en mis hijos, ellos le ayudarán”. Sus hijos. Estaba orgullosa de ellos. Inés aportaría una nueva vida a cambio de la suya. “Espero que no pongan mi nombre a la niña, sería morboso”. Y Adrián. Adrián había cambiado. Pedro le había explicado que trabajaba duro y era responsable. Recordó la última conversación seria que habían tenido a solas. “Mira que me fastidia no haber conocido a la chica aquella”.