El sueño, siempre el mismo y nunca agradable, la transportaba al pasado y la hacía volver a vivir de nuevo. Aquel trance, que un día marcó su vida emborrachándola de razón suficiente y que decidiría sin contemplación su destino, se le representaba a cada vez con más frecuencia. Era lo que le correspondía. Sabía y muy bien en su momento, que no debería haber obrado así, pero continuó hasta el final y aunque demostró su impunidad, no logró vencer en ningún momento, la más fuerte de las justicias, su propia conciencia.